
Samuel, no había vivido nada en absoluto. Había crecido en un claustro total, dedicando su vida al rezo y oración. ¡Vaya desperdicio! Él era uno de esos que ni siquiera se habían masturbado, convencidos de que la autocomplacencia es una ofensa contra un... Dios que te entregó un cuerpo equipado, precisamente, para que gozaras de él. Acompañado o no.
—El hombre de arcilla; Valeria Duval.